Manuel Zarama - Diálogos de Cine

Este duro e interesante film ganó en el festival de San Sebastián, en España, el máximo galardón, la Concha de Oro. Y representará a Colombia en la preselección a los Óscar 2023. 

Unos muchachos se enfrentan a machete limpio en plena calle de Medellín, la hermosa y convulsionada Ciudad de la eterna primavera. Los curiosos miran esperando la tragedia, observando a los contrincantes blandir sus armas sin que ninguno se atreva a detenerlos. Sin embargo, llegan otros hombres, jóvenes y violentos como aquellos, a decirles que se larguen de su territorio, a lo cual los implicados obedecen rápidamente.

La escena inicial de Los reyes del mundo promete lo que será la película: adolescentes sobreviviendo sin Dios ni ley, esquivando la muerte y buscando su lugar en el mundo. Un lugar que no está en las violentas calles paisas, donde no pertenecen. Está muy lejos…en Nechí, a 350 kilómetros al norte. Pero ellos no saben esto. Sólo quieren llegar a un sitio propio. Esa es la ilusión de su líder, Brian, que a sus 19 años cuida a sus amigos como si fueran sus hijos; no tiene nada en el mundo, sólo la amistad incondicional de esos tres compinches que lo siguen sin ripostar sus decisiones.

La directora Laura Mora muestra nuevamente su compromiso con causas sociales de la realidad colombiana: así lo hizo en Antes del fuego (2014) un panorama de los difíciles días que se vivieron antes de la toma del Palacio de Justicia en 1985 y Matar a Jesús (2017) drama acerca de las ironías de la venganza entre una víctima y un sicario.

En su tercer largometraje, Los reyes del mundo, el joven Brian busca que le otorguen una finca heredada de su abuela, que huyó de la violencia años atrás en el desconocido Nechí, a través de aquella política estatal colombiana complicada y confusa que es la Restitución de tierras. Después de un montón de vericuetos, el estado le ha “devuelto” esa tierra a Brian y oficialmente es “suya”. Feliz, les cuenta a sus amigos la noticia y aunque no entienden muy bien las implicaciones, sienten que tienen un hogar.

Así, inician un viaje largo y penoso a través de montañas, ríos, selvas colombianas. El comienzo es muy esperanzador: se suben en la parte de atrás de una tractomula (ver afiche) y recorren la carretera ferozmente, con sus bicicletas, que por cierto parecen más unos triciclos porque no pueden pedalear con ellas, solo rodar, amarradas a la parte trasera del camión y haciendo mil malabares, durmiendo o marcando sus nombres en la parte metálica del vehículo con sus muy valiosos machetes, algunas de las escasas pertenencias que llevan.

Luego de bajarse del vehículo el viaje se torna denso: a pie, nuestros protagonistas van recorriendo fincas y atajos, relacionándose con personajes que los ayudan o perjudican: aliados y enemigos que muestran las facetas de la variopinta sociedad colombiana. Primero, unas prostitutas viejas y amables que habitan una casa campesina en medio de la nada que les brindan posada y alimento. Luego, unos tenebrosos hombres que los secuestran y desaparecen a uno de ellos, precisamente un joven afroamericano (¿Por qué mueren siempre los negros en las películas?). También está un viejo, al cual aquellos hombres peligrosos ignoran porque lo consideran “loco”, que les ofrece ayuda luego del ataque brutal del cual son víctimas, en el humilde cambuche de este misterioso solitario.

Y por último un pueblo: caliente, húmedo, extraño. Brian y sus amigos muertos de hambre, atracan a unos jóvenes e inocentemente y como un gesto muy colombiano, van a gastarse “su” plata en un bar donde todos los ven como los bichos raros que son en medio del frenesí de un antiguo rock latino, Tren al sur de Prisioneros. Los habitantes comprenden la situación y les propinan una paliza. Ellos, que no son ningunas joyas, se desquitan bloqueando la vía a las afueras del poblado con un montón de madera y lo encienden, mientras los impacientes lugareños van con furia a enfrentarlos. No les importa. Ellos, que no tienen nada solo buscan llegar a su finca.

No se sabe cómo, logran salir del problema. Perdidos en aquel enorme campo, les piden ayuda a unos abuelos. Mientras, la cámara ingresa a su hogar y solo vemos polvo, muebles quebrados, un televisor roto como utensilios de estos seres de otro mundo. Como sea, los viejitos les indican el lugar, advirtiéndoles eso sí, que es muy peligrosa la zona, algo que desde el inicio les han recalcado sus benefactores.

Al fin llegan a su tierra: unos muros desbaratados indican lo que debió ser la vivienda familiar. De resto, un potrero y una montaña de tierra cercana. Qué más da, llegaron a su hogar. Al menos eso creen. Luego, como siempre, la tragedia se ensaña con estos chicos que ya no tienen tierra ni vida.

Laura Mora ha logrado crear un film memorable que nos recuerda al gran Víctor Gaviriay Rodrigo D: No futuro (1990). Seguramente, como ésta, Los reyes del mundo se convertirá en un clásico del cine colombiano. Los merecidos reconocimientos en el festival de cine de San Sebastián en España con la Concha de Oro y su preselección a los premios Óscar en Hollywood desde la Academia Colombiana de Cinematografía, irán consolidando su importancia.

Las fortalezas del film son muchas: buenos actores naturales, excelentes locaciones, un estupendo guión y una acertada dirección. Sus errores, muy pocos: si acaso las permanentes groserías a lo largo de la cinta la vuelven un poco fastidiosa, pero no más. Produce ternura y terror ver a estos jóvenes con sus cuitas, sus desencantos, sus pequeñas victorias y su ilusión de tener dónde vivir. Son los reyes del mundo: un mundo amargo, hermoso e inexistente.

Título: Los reyes del mundo
Directora: Laura Mora
Año: 2022
Países: Colombia, Luxemburgo, Francia, México, Noruega.
Ver tráiler en: Youtube Trailer oficial Los reyes del mundo:


Fuente de la imagen: https://www.cinecolombia.com/bogota/peliculas/los-reyes-del-mundo